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ilustración de Naturali ;) |
Ayer domingo se decretó emergencia ambiental para hoy lunes en Santiago, o mejor dicho, en la Región Metropolitana.
Bueno, a estas alturas, no suena muy llamativo: las palabras "pre-emergencia", "restricción" y "contaminación" conviven con nosotros desde hace unos 30 años. Desde que tengo uso de razón que ha existido eso de "oye, atento con la restricción ¿qué dígito tocaba hoy?", sobretodo antes, cuando no existían los autos catalíticos, y los dígitos se sucedían sin parar. Luego llegaron los autos con convertidor, y de pronto todo sonó a magia, como que daba lo mismo: el aire iba a mejorar, ¿qué más daba comprarse un auto, bencinero o diesel?
Eso creíamos, ¿verdad?
Ayer domingo fui a un evento en Estación Mapocho, y al salir de ahí a las 16:00, vi una sopa de aire espeso, de color gris. No era aire, era bruma seca con partículas, se podía sentir en la garganta, en cada bocanada. Este aire no es aire, es humo, picando en los ojos, en la nariz...
Y me dije "vivo justo al centro, esta sopa me ve dormir, caminar, despertar, a veces no se ven los cerros de Renca, ni siquiera el San Cristóbal en forma nítida." Y me sentí como sin escape, pensando "cuánta porquería me meto en los pulmones cada día, y así mismo los niños, los viejos, la gente toda de Santiago". Luego pensé "y para peor, la gente está
cada vez más violenta, el estrés y el hollín nos come el espíritu, no sólo en la capital, en muchas ciudades...".
Me dije: "¿No será hora de pensar en irse de Santiago?".
Para muchos, la respuesta es "sí". Para mí no, si pienso en trabajo, en crecer profesionalmente, y sobretodo, en pensar una nueva ciudad, articulada desde lo humano.
Para mí no es solución pensar en irme de Santiago, porque mi lugar, por ahora, está acá, profesionalmente, y en todo sentido. También pienso en que cada día, muchos ciudadanos usamos la bicicleta como un medio alternativo, o complementario al sistema de transporte actual de Santiago, no como su única solución (no somos tan ilusos, ¿eh? aunque bien podemos pensar en una población menos sedentaria y más determinada). Con esto, creemos poner un granito de arena en un proceso que nos afecta a todos.
Santiago está enfermo, no hay duda de eso. Hoy se le prohibió la circulación al menos a todos los dígitos de patentes de automóviles sin convertidor catalítico, y al menos a 4 dígitos de los que sí prometían menos contaminación, además de la paralización de cerca de 2800 fuentes de emisión de gases fijas. Todas estas medidas son las correctas, se dejaron de lado por mucho tiempo, pero al fin se hace algo. ¿Baja el nivel de contaminación? Claro, pero vuelve, como las soluciones parche, siempre vuelve el problema. ¿En qué herramienta confiar? ¿En quién?
Confiamos y ponemos nuestra esperanza en la lluvia, en el Estado, en instituciones privadas o sociales para que todo mejore, para estar menos contaminados en esta cuenca y en otras ciudades del país. Sin embargo, acá viene el tirón de orejas: nosotros mismos somos la fuente de emisión, nosotros tenemos parte de la solución. ¿Qué hemos hecho? Nada. ¿Pedaleamos, caminamos, consideramos compartir el auto, o le exigimos a los políticos por los que votamos que realmente se pongan de nuestro lado, no del lado de intereses del empresariado? No, nada de eso. Miramos el cielo lamentándonos.
La solución, como siempre, la tenemos nosotros, la ciudadanía. Hay que mover más las voluntades propias, dejar de lado el individualismo, y pensar en la comunidad para que el cambio, ese cambio de verdad, que todos soñamos, realmente comience. De otro modo, estamos fritos.